Imacec de terremoto
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Luis Larraín
Desde marzo del 2010, luego del fatídico terremoto y tsunami del 27 de febrero de ese año, que la economía chilena no se encontraba tan alicaída como hoy. Las cifras no mienten y lo señalan con toda claridad: hace un poco más de cuatro años, con un país postrado y una población conmovida y asustada, los chilenos fuimos capaces de hacer un esfuerzo productivo (eso mide el Imacec) de apenas un 0,2%.
En agosto de este año, bajo el segundo gobierno de Michelle Bachelet y sin que haya mediado un fenómeno de la naturaleza, el Imacec ha llegado a un 0,3%.
¿Qué ha podido pasar en este país para que hayamos llegado a esto? ¿Qué explica el 1,6% de crecimiento de la economía chilena en los últimos seis meses, el más bajo desde el año 1990 a la fecha? Como lo señala el economista Klaus Schmidt-Hebbel, ciertamente no se debe a factores externos. Los términos de intercambio están iguales que los del año 2013. El Comité Consultivo para el precio de largo plazo del cobre lo ha proyectado en US$ 3,07 la libra, el nivel más alto de los últimos 15 años. El crecimiento económico del mundo y de los socios comerciales de Chile será mayor en 2015 que entre 2013 y 2014. Las tasas de interés internacionales y las condiciones de acceso al financiamiento externo son óptimas. Posiblemente nunca en su historia, concluye Schmidt-Hebbel en su columna en El Mercurio, ha enfrentado Chile tan buenas condiciones internacionales como entre fines de 2013 y fines de 2015, por lo tanto el enfriamiento polar de la economía chilena se debe en un 100% a causas internas.
No queda sino coincidir con el ex economista principal del Banco Mundial y ex economista jefe de la OCDE: Esta es, sin lugar a dudas, una crisis económica hecha en casa.
¿Y cómo se construyó esta crisis? Bueno, con una reforma tributaria de impacto brutal sobre la actividad productiva, que deja a nuestro país, uno de los tres más pobres de los 34 que conforman la OCDE, con las tasas de impuestos a las empresas y sus propietarios entre las más altas de toda la organización.
Con una reforma educacional que está amenazando con la desaparición de la educación particular, que hoy educa a más de la mitad de los niños de Chile, lo que obviamente tiene paralizada cualquier inversión en el sector. Con la propuesta de una comisión que supuestamente debía perfeccionar los seguros privados de salud y que en cambio propone un mecanismo para terminar con ellos, abriendo una gran incertidumbre sobre la inversión en uno de los sectores más dinámicos y de mayor crecimiento en la economía chilena y mundial.
Y viene más.
Se anuncia una reforma a la Constitución que pretende instaurar un estado social de derechos (en castellano prestaciones y beneficios exigibles legalmente por un grupo de chilenos y financiado por otro grupo de compatriotas), que plantea modificar aspectos sustanciales del derecho de propiedad y que dejaría los derechos de las minorías sujetos a la voluntad de mayorías circunstanciales. Renace la voz de las versiones más extremas de esa reforma constitucional que plantean la realización de una Asamblea Constituyente, mecanismo no previsto en nuestra Constitución, dificultad que sería soslayada por un mecanismo ilegal.
Y la guinda de la torta.
En medio de esta economía alicaída y postrada, la ministra del Trabajo empuja una agenda de reformas laborales que pretende eliminar el reemplazo de trabajadores durante la huelga, afectando así el derecho del dueño de una industria a administrar su propiedad; mayor facilidad para la creación de sindicatos inter empresas, atacando el punto neurálgico de la legislación laboral chilena que radica la negociación a nivel de cada empresa para reflejar así la productividad laboral; la titularidad del sindicato en la negociación colectiva, que es un eufemismo para introducir el monopolio del sindicato en ese procedimiento y algunas cosas menores como aumentar las horas pagadas por las empresas para que sus dirigentes sindicales se dediquen a la actividad gremial.
¿Por qué andará floja la cosa en la economía? ¿Y tú me lo preguntas?